sábado, 6 de enero de 2018

La monumentalidad vencida de Angkor


Resulta verdaderamente impresionante poder apreciar de cerca el abrazo mortífero que la naturaleza ha dado a los legendarios templos de Angkor.
























Desde el siglo IX los templos de Angkor se han ido levantando majestuosos en mitad de la espesa jungla camboyana. Los jemeres han tenido que abrirse paso en medio de un bosque poderoso para arañarle los espacios precisos que les permitiesen construir una morada para sus dioses, han tenido que hacerse un hueco en este frondoso paraje selvático en el que la naturaleza goza de máximo esplendor. Invadida y sometida por la mano del hombre no ha tenido más remedio que bajar la guardia y a regañadientes consentir la edificación de estos impresionantes templos que ahora puede admirar todo el mundo.

La actuación progresiva del hombre sobre el medio se ve circunstancialmente interrumpida a finales del siglo XVI como consecuencia del abandono radical que se hace durante muchos años de los templos y de la ciudad. La monumental Angkor queda entonces allí desangelada y silenciada durante siglos. Ignorada por el hombre, solitaria y vencida, convertida en ruinas no tarda mucho en volver a ser pasto de la naturaleza.


A lo largo de este largo período secular de silencio en el que la presión humana sobre el medio natural desaparece, la vida en la jungla se crece, continúa desarrollándose, vuelve a recuperar su ritmo anterior y reabre su camino a través de la ciudad olvidada. Poco a poco los muros de los templos han sido rodeados y en buena medida digeridos por la selva dueña del entorno, que reclama de nuevo su dominio. Ahora, árboles de descomunales dimensiones aprisionan los muros, toman al asalto los monumentos y cogen fuerza para retomar el protagonismo de la naturaleza en el lugar reservado a los dioses. Una vez que el hombre se repliega, que sus actuaciones dejan de agredirla, la naturaleza se levanta de nuevo, recupera la compostura y poco a poco cicatriza sus heridas. Con resolución, lenta pero infatigablemente, va devorando los restos de los templos que se han quedado a su alcance. Ninguna obra del ser humano, por grandiosa que sea, puede vencer jamás al paso del tiempo.


Dentro de este complejo espectacular de Angkor solo las construcciones más nobles de las antiguas ciudades jemeres han conseguido atravesar el túnel para llegar hasta nuestros días. Y lo han hecho a duras penas. Las de menor orden, de madera o bambú, fueron sin contemplaciones tragadas y digeridas por los siglos. El musgo centenario que se incrusta en las piedras legendarias de los templos de Angkor pone en evidencia la monumentalidad vencida del imperio jemer que alumbró entre los siglos IX y XVI, una de las grandes civilizaciones del continente.


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